“No escribas bajo el imperio de la emoción.
Déjala morir y evócala luego.
Si entonces eres capaz de revivirla tal cual fue,
has llegado en arte a la mitad del camino.”
Horacio Quiroga
Ni a la mitad, ni al principio ... es difícil escribir,rectifico, es difícil escribir bien. Por eso escribo en contadas ocasiones( como puedo ) cuando lo siento, cuando lo necesito. " No escribas bajo el imperio de la emoción ..." dice Quiroga, ja! Pues toda su obra está condicionada por su vida, la muerte y la frialdad están presente en todos sus cuentos y aún dice que " No escribas bajo el imperio de la emoción ... " Estos escritores de primera ...
"EL almohadón de plumas " Horacio Quiroga
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el
carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo
quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento
cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva
mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora.
Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una
dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en
ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el
impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La
blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de
mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado.
Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las
altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al
cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa,
como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No
obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos
sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en
nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que
se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca.
Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él.
Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda
ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida
en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo
su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de
caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo
rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente
amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma
atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía
baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos,
nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una
anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia
no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo
el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno
silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba.
Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida.
Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable
obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el
dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama,
mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes
al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven,
con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la
alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se
quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para
gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar
la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido
de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y
después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó.
Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola
temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado
en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una
vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin
saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en
estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la
muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al
comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un
caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente
sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde,
pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no
avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en
síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida
en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación
de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima.
Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas
podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que
le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron
en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban
dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a
media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el
dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más
que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de
los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama,
sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay
manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente,
sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza
de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de
inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó
mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió
que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y
sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un
tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de
horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a
los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo
lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una
bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le
pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había
aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las
sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido
sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse,
la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había
vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a
adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre
humana parece serles particularmente favorable, y no es raro
hallarlos en los almohadones de pluma.
Es cruel, ¿ verdad? ... Quiroga evoca en sus líneas frío, moldea la muerte, juega con ella ... y a Alicia, la deja morir... así, sin derramar ni una lágrima, sin mostrar la más mínima compasión por ella, está sola, Jordán no la quiere ... primera línea " Su luna de miel fue un largo escalofrío ..." Recordemos que Quiroga tuvo una trágica vida, mata a un amigo con una pistola accidentalmente, su primera mujer se suicida, su segunda mujer y sus hijas le abandonan ... de ahí la crueldad de sus cuentos en general, pero él, tan tranquilamente dice que no escribe bajo el imperio de la emoción, cosa de la que (no quitando que es un gran escritor) discrepo. ¿ Por qué no quiere Jordan a Alicia? Frustración del matrimonio ¿Por qué muere? El suicidio de su primera mujer, ¿Por qué la casa es silenciosa? Acentúa la frialdad... ¿Por qué literariamente ha jugado con la vida de la protgagonista? Porqué la muerte ha estado tan presente en su vida, que la trata como si fuera su hermana, incondicional, no le teme y eso hace siniestro el cuento. Pobre Alicia, ella solo quería ser feliz, estaba enamorada, ¿ Por qué Quiroga no la salvó? ... Da igual, el caso esque debemos recordar que ... no tenemos que escribir bajo el imperio de la emoción o nunca llegaremos ni tan siquiera a la mitad del camino, en arte... Yo por lo que me respecta, seguiré escribiendo, a años luz del arte, siempre bajo el imperio de la emoción, sin dejar que se enfríe... para escribir la realidad, no un vago recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario